CAPITULO IV

 

Por el tiempo en que entró en la cabina de Kain, el joven guardián, con los alimentos de su racionamiento de preso, una pequeña avería eléctrica se había producido en la cabina de control del navío interestelar.

Y precisamente en el momento, en que el joven guardián ofrecía el cigarrillo a Darrel Kain, la avería estaba localizada a través de una larga sección de cables, desde el morro de la nave hasta la cámara de cohetes reactores de la misma, Un minuto después, un técnico de electricidad y electrónica de la tripulación' de la nave, abría un compartimento cuajado de complicadas conexiones y circuitos, que era realmente el centro nervioso vital del sistema electrónico del gran navío espacial.

Al abrirlo, el técnico quedó mudo de estupor. Se quedó con los ojos abiertos por el asombro y le temblaron las rodillas por el pánico que se adueñó instantáneamente de toda su persona.

En el suelo de aquel compartimento, brillando misteriosamente, se hallaba una esfera de metal del tamaño aproximado de un balón de fútbol.

El técnico se quedó mirando hechizado al extraño ingenio, como un conejo hipnotizado por una serpiente. Sabía, que aunque hiciese su mayor esfuerzo físico posible, no conseguiría mover un ápice de aquella bola metálica, igual que si tratase de cambiar de sitio a una montaña.

Sobre la esfera, aparecía adherido un papel de plástico, con la siguiente leyenda:

«Escario Gundaarson es un tirano y un loco estúpido. Los mutantes son los herederos del poder y de la sabiduría. Su derecho a gobernar los mundos estelares pacíficamente y con sentimientos nobles, no les será denegado por mucho tiempo».

El técnico repuesto de su sorpresa, salió corriendo como alma que lleva el diablo en busca del oficial superior de su servicio y poco después, un joven oficial entraba como un huracán en la cabina del capitán de la nave, sin llamar a la puerta:

—¡Hay una bomba metal magnética en la cubierta número siete, señor! —dijo, disparando materialmente las palabras, olvidándose incluso de haber saludado a su superior.

El Capitán Georges Abdullah, se hallaba bebiendo un vaso de whisky con el Comandante Scudderman, y ambos saltaron disparados de su asiento, como impulsados por un mismo resorte. El Capitán del navío estelar, bebió de un golpe lo que quedaba en el vaso, como en una acción refleja, mientras que Scudderman comenzó a temblar de pies a cabeza, volcándose el vaso de licor sobre sus zapatos.

Momentos más tarde, el Capitán el Jefe del Penal de Granzil-Dos y el técnico de electrónica estaban asomados por la escotilla abierta en el compartimento correspondiente a la cubierta número siete. Hicieron las más diversas tentativas para mover la bomba del lugar que ocupaba; pero todo fue en vano. Sabían que en su interior había un fortísimo compuesto electromagnético que la mantenía como soldada a las planchas metálicas del piso.

Fue una cuestión de segundos la que medió entre levantarse todos de allí y dirigirse hacia la cabina de Darrel Kain.

—¡Por favor, usted es un experto... saque el detonador de esa maldita bomba antes de que todos quedemos reducidos a polvo! —imploró el Capitán.

—¡Extraiga el detonador! —restalló Scudderman—. Aparecía con el rostro rechoncho pálido como un muerto, dejando escapar sus coléricas palabras mezcladas con el más profundo terror. Un segundo después, su demudada faz parecía también implorar, al igual que el Capitán, pareciendo mirar a Kain como al mejor de sus amigos, y como si hubiera olvidado el puntapié que había recibido en el vientre.

Darrel Kain, reclinado en su camastro, repuso con calma afectada:

—Es algo que no puedo hacer. La abertura de una bomba semejante, se encuentra siempre en la parte inferior y se halla como soldada a la plancha metálica contra la cual se deposita. Una vez que una bomba de esa clase se encuentra en posición de ser disparada, es imposible encontrar la abertura.

—Sin embargo, usted podrá hacer algo con respecto a esa bomba —repuso Scudderman, quien habiendo cambiado de compostura, le miraba ahora ciego de furor mientras se sacaba de su túnica una potente pistola, que puso cerca de la cabeza de Kain. Darrel Kain, se encogió de hombros y se incorporó fuera de su camastro.

Salió empujado hacia el lugar en que se hallaba la bomba mental y mientras caminaba hacia la cubierta siete, recordó Kain el contacto telepático que había sufrido en el aeropuerto de la ciudad, al subir a bordo de la nave espacial.

Empezó a parecerle claro, que entonces estaba en condiciones de saber la naturaleza de lo que había sido depositado en la reserva de memoria de su cerebro: la fórmula con la que podría disparar la bomba, presumiblemente puesta allí por los agentes de la Liga Mutante, en Stanarta.

Pero él, sólo era un mutante de segundo grado, y no estaba en condiciones de disparar una bomba mental. Se le ocurrió una idea momentánea: quizá aquella bomba sería de algún tipo modificado, apropiada para ser disparada por un mutante de su clase. Todo lo que tendría que hacer, sería relajar sus bloques mentales y dejar aflorar a la superficie de su mente la fórmula secreta del disparo, para hacer desaparecer en átomos, aquella nave estelar. Quedaría desvanecida, sin dejar el menor rastro, allí en el espacio curvo, en medio de los años de luz, en la infinitud del Universo. Sería una muerte instantánea para todos los componentes de la nave, mejor de todos modos, que la horrible muerte que le esperaba, después de haber sido torturado en el interior del traje de fibras nerviosas.

Y con todo, había algo perdido en el esquema general del asunto. Una cuestión de ética y Kain sintió vacilar en la realización de su propósito. Pero no había tiempo que perder, en semejantes du- . Se hallaba en el intrincado laberinto de cables del compartimento de la cubierta número 7 y Scudderman apoyaba una pistola sobre su cabeza.

La chispeante esfera de metal, era un objeto desafiante y terrorífico allí plantado a la vista de todos ellos. Aquella situación desconcertante, acabó pronto por decidir a Darrel Kain a hacer uso de sus poderes mentales.

Se dispuso a hacerlo y lo hizo.

¡AHORA!

Pero Kain comprobó que no podía realizarlo.

No se trataba del instinto de propia conservación. Sinceramente, él preferiría mil veces morir instantáneamente convertido en átomos que no llegar a la espantosa muerte que le estaría esperando en el penal de Granzil-Dos. Era el punto débil de la cuestión que le asaltó nuevamente, la cuestión de ética, una cosa que los mutantes conocían y practicaban siempre. Era simplemente, la compasión por los «normales». La sabiduría de los supernormales estaba atemperada por una piadosa consideración a la gente que ellos deseaban gobernar y todos los mutantes, eran absolutamente incapaces de traicionar tal principio por el que luchaban y sabían dar la vida.

Fue este sentimiento compasivo el que se impuso en la mente de Kain, llegado el momento supremo de disparar la bomba. Nunca sospechó que tal sentimiento podría hallarse tan arraigado en él. Pensó en Ortinelli y en Jankowictz y en otros tantos como se hallaban a bordo de la nave, gentes que detestaban la odiosa tiranía de Escario y que le servían, simplemente porque no tenían otra alternativa. Estaban además los pasajeros enfermos e incluso Scudderman, que ahora aparecía no ser más que un estúpido muerto de miado.

No pudo concebir la idea de matarlos a todos. Se encontró totalmente más allá de sí mismo. Vacilante e irresoluto, Kain permaneció en el umbral del compartimento, mirando' fijamente la bomba mental, en un momento de prolongado silencio y como ausente de la realidad.

Y    repentinamente, el silencio se vio sobresaltar do por las palabras dichas en voz aguda por una mujer:

—¡Cuidado! ¡Va a disparar la bomba! —restalló aquella voz femenina, como un cuchillo a través a través de la total ausencia de sonidos del vuelo en la dimensión curva del espacio—. ¡Va a hacer saltar el navío! ¡Tiene la fórmula en su cabeza! ¡He cogido sus pensamientos desde mi cabina!

Las palabras vinieron acompañadas por un nervioso taconeo de pisadas de mujer. Era Karla Morton, con su capa de color rojo-vino bordada de plata. Karla Morton, Heroína del Nuevo Imperio y mutante-traidora, que corría hacia ellos mirando a la bomba en su dispositivo. Al aproximarse, miró fijamente a Kain sin apartar los ojos de él. Repentinamente, ella dejó escapar una ráfaga mental que como una garra paralizó el cerebro de Darrel Kain.

Kain se dejó caer hacia atrás, contrayendo sus facciones con una dolorosa expresión. No podía combatir contra aquello. La chica era una mutante de primer grado, y él un simple mutante de segunda categoría. Ella incrementó la corriente neutral telepática, bloqueándole sus centros hipernormales y manteniendo a Kain en un estado de parálisis, con el cerebro envuelto por una poderosa red. Kain acusó el impacto y sintió que el piso metálico de la cubierta se hundía bajo sus pies.

Kain hizo un supremo esfuerzo y se incorporó de rodillas quedando medio atontado, bajo el imperativo control de la joven del cabello dorado. A través de un espeso caos de confusos pensamientos, pudo oír la voz de la joven dirigiéndose hacia los hombres del Nuevo Imperio.

—Le tengo bajo mi control, no podrá disparar la bomba, mientras pueda sostenerle. Lo único que pueden ustedes hacer es abandonar la nave espacial y volver hacia Stanarta de nuevo. Si puedo sostenerle en tales condiciones, podrá eventualmente volver de nuevo; pero eso le llevará horas todavía. No me cabe duda de que en Oix, tienen la fórmula secreta de disparo y la pondrán en práctica, si Kain falla.

—¡En Oix! —exclamó asombrado Scudderman—. Pero con seguridad, ¡ellos no pueden hacer nada contra el vuelo en espacio curvo desde Oix! Nosotros nos encontramos volando en un continuo espacio-tiempo!, y...

—Usted tiene mucho que aprender todavía acerca de los poderes telepáticos de los supernormales —dijo Karla Morton, interrumpiendo secamente a Scudderman—. ¡ Claro que si pueden detectar a una nave que vuele en el espacio curvo! No puedo seguir discutiendo más tiempo. Hagan lo que les digo. Preparen las naves auxiliares para evacuar inmediatamente. No puedo relajar mi garra telepática de la mente de Kain, por un solo segundo, en cuanto lo haga la bomba será disparada, o bien, cualquiera en Oix, que se encuentre afectado por el toque de la misma banda telepática, ¡lo hará por Kain!

El grupo reunido alrededor del compartimento de la bomba, estaba temblando de pánico de pies a cabeza, sólo el Capitán Abdullah podía al menos controlar su nerviosidad.

—Ayudaremos a usted a introducirle en un salvavidas espacial, mientras usted le tiene controlado —sugirió el Jefe de la nave—. Le necesitamos a toda costa. Tiene el secreto de las bombas mentales y esto es de un valor inconmensurable para el Imperio.

—¡No! —repitió Karla, gritando rudamente—. ¿No pueden ustedes hacer lo que les digo, ciegos estúpidos? ¡No le toquen! No quiero que nada se interfiera con la red de control telepático que tengo ahora sobre él! Necesito de todo mi poder consciente e inconsciente para forzarle a perder el conocimiento, y además no estoy luchando contra él solo. Tengo que interceptar las interferencias que provengan de Oix. Más pronto o más tarde, me agotarán y dispararán la bomba. Les estoy dando una oportunidad para que escapen con vida ¿es que no lo están viendo?

La voz de la joven, estaba a tono con el pánico general que la rodeaba. Los hombres se convencieron de que era cuestión de segundos, tomar sus salvavidas espaciales, salir de la nave y alejarse antes de que todo se redujese a la nada. Un terror glacial les tenía atontados, mirando como la chica mantenía en trance telepático a Kain, gracias a su poder mental supernormal.

—¡Vamos, pronto! —insistió la joven—. No podré aguantarlo por mucho tiempo. Los salvavidas están provistos con buscadores electrónicos para encontrar el camino de regreso, bien en el planeta de destino o en el de partida, una vez que hayan salido fuera del vuelo de la dimensión curva.

—Sí, es cierto —repuso el Capitán.

—Entonces, avise a todos los pasajeros y tripulación que embarquen en los salvavidas espaciales Inmediatamente. Hay poco tiempo y cada segundo se reduce más. ¡No puedo sostener a Kain y a los de la Liga Mutante de Oix indefinidamente! ¡Márchense... tendrán que sacrificarme!

Ella recalcó las últimas palabras. El Comandante Scudderman farfulló algo relacionado con el heroísmo de Karla y de su merecido título de Heroína del Nuevo Imperio y el grupo de hombres, salió disparado a todo correr de la cubierta 7.

En su sombrío y casi inconsciente estado mental, Darrel Kain pudo apercibirse del pánico reinante en la nave y la orden de abandono llenó de ecos de carreras nerviosas y gritos las plataformas de las vecinas cubiertas del navío interestelar.

Repentinamente, se hizo un silencio absoluto en la parte de su cerebro que había estado sometido a la vorágine de la garra telepática de Karla. Empezó a sentir resurgir sus pensamientos a la superficie del conocimiento normal, como el nadador que habiendo permanecido demasiado tiempo bajo el agua, lucha con los pulmones doloridos para salir al aire y a la luz del exterior de la superficie del mar. Unas suaves emanaciones, vinieron a facilitarle la recuperación de la ruda prueba a que había estado sometido en su prisión telepática. La chica, aflojaba su garra lentamente.

Por fin, se encontró en la superficie. La joven, seguía en pie delante de él, envuelta como siempre, en su bonita capa de color rojo-vino, bordada de hilos de plata y sus hermosos cabellos dorados,, cruzándole por la frente en artísticos rizos. Era una mujer bellísima, a pesar de las cicatrices sufridas por la radiación en el lado izquierdo de su cara... y ¡le estaba sonriendo!

—Se han marchado —le dijo Karla Morton telepáticamente—. El último salvavidas acaba de salir disparado de la cámara vecina. Lamento haberle tenido tanto tiempo bajo control telepático, tan duramente; pero había que hacerlo comprender claramente.

Darrel Kain iba recuperando su completo equilibrio mental, y sacudió la cabeza para aclararse por completo las ideas.

—¡Hacerlo comprender claramente! —exclamó sorprendido—. No comprendo...

Kain farfulló entrecortadamente algo, forzándose a que se le comprendiese mejor; pero Karla Morton, leyó sus pensamientos antes de que Kain los tradujese en palabras.

—Ha sido una comedia, Kain —añadió ella—. Todo es obra de un pensamiento concebido en los últimos momentos, así, usted y yo, podremos continuar trabajando por la causa, y el hecho de que ahora dispongamos de esta modernísima nave para volar en la dimensión curva, nos proporciona una bonita oportunidad de seguir adelante con nuestra lucha, con mayores posibilidades.

—Sigo sin comprender —objetó Kain—. Habla usted de «la causa» pero usted y yo hablamos lenguajes diferentes. Usted es miembro de la Liga Mutante Leal de Escario. Usted se hallaba trabajando en los Laboratorios Centrales, la noche en que las bombas mentales, los hicieron saltar en pedazos y usted se cuidó de poner a salvo a los operarios heridos, a pesar de sus propias heridas... Escario la condecoró por eso... No... no comprendo...

La sonrisa de la joven tenía el misterioso poder de cortar sus protestas en el acto.

—Perdóneme si le digo —añadió gentilmente la joven—, que usted es solamente un simple mutante de segundo grado. Pero usted y yo, hablamos, efectivamente el mismo lenguaje que dice: «Los mutantes son los herederos del poder y la sabiduría». Hay determinadas cosas que la Liga Mutante, tiene reservadas para ser hechas por los supernormales menores, tales como los mal llamados Mutantes Leales de Escario, quienes en realidad están trabajando para la Liga Mutante, y que son en realidad, los que hicieron explotar las bombas mentales.

—¡Disparadas por traidores-mutantes! ¿Qué quiere usted decir con eso? —preguntó Kain con un agudo tono de sospecha en la voz--¡Las bombas fueron disparadas desde el cuartel general de la Liga, en Oix!

La joven del cabello dorado, sacudió la cabeza en un signo negativo.

—Está usted en un error. Sidney N’Chaka, Ohang-Chen, Edwards y Liam Ivanovich y otros técnicos mutantes, incluso usted mismo, que intervinieron en las bombas mentales, realizaron un excelente trabajo. Pero existía un fallo, que sólo .las mentalidades superiores de la Liga, conocían de cerca. Resultaba imposible disparar esas bombas desde una gran distancia, no desde Oix como usted supone, por lo que era indispensable que un mutante de primer grado, se hallara muy cerca de esas bombas para poder dispararlas.

Darrel Kain, dejó escapar un silbido de asombro, al conocer la realidad de la verdadera situación.

—¿Quiere usted decir, que los Mutantes Leales, que en realidad pertenecen a la Liga Mutante, son los miembros de confianza que se encuentran en las posiciones clave, cerca de las bombas, para hacerlas saltar? ¡Tendrán que perder de esa manera sus propias vidas!

—Algunos la pierden, otros tienen la suerte —replicó la chica—. Karla levantó una mano y con un gesto rápido se despojó de la túnica roja bordada de plata, permaneciendo unos momentos, mostrando a Kain su brazo izquierdo desnudo. La condecoración que representaba un enjambre de estrellas, ricamente adornada en piedras preciosas, recompensa de Escario, lucía sobre su pecho. El brazo, mostraba a todo lo largo, las terribles quemaduras producidas por las radiaciones de la bomba mental.

Kain permaneció inmóvil y atónito por la sorpresa. La comprobación de lo que Karla había sufrido, de lo que ella era en realidad y del papel que ocupaba en la Liga, le sumió en el mayor asombro que jamás había experimentado. Aquella bella mujer, no era una heroína del régimen tiránico de Escario Gundaarson, sino la gran heroína de su propia causa.

—Entonces... ¿fue usted la que hizo saltar la bomba que destruyó los Laboratorios aquella noche? —murmuró Kain, sin salir de su estupor—. Así, cada vez que ha sido disparada una, de esas bombas, ha intervenido un Mutante Leal, a quien tanto he odiado y despreciado, con la pérdida de su vida o...

—O con cierta suerte, como yo la tuve —acabó Karla Morton, sin abandonar su encantadora sonrisa, mientras volvía a ponerse su capa bordada—. El hecho de que las bombas mentales no hayan sido disparadas desde Oix, ha sido un secreto muy bien guardado, incluso para, los mutantes de segundo grado; porque la Liga tiene que mantener necesariamente la pretensión de aparecer siendo mucho más poderosa de lo que es en realidad. Y nosotros, todos, tenemos la absoluta obligación de procurar que el Nuevo Imperio, lo siga creyendo.

—¿Y ésa? —preguntó Kain, señalando a la bomba mental que aparecía depositada en el suelo metálico del compartimento de la nave, en mitad del centro nervioso de sus instalaciones electrónicas.

—Es falsa, sólo ha sido un truco. Fue instalada por mutantes simpatizantes nuestros en el aeropuerto de Stanarta, cuando supieron que usted viajaría en esta nave. Yo fui advertida por otros «mutantes leales» e instruida de la comedia que debería representar —explicó Karla—. Yo fui quien tomó contacto telepático con usted al subir , a bordo de la nave y quien ha permanecido en contacto mental con usted, mientras permaneció en su cabina-prisión. Se presentó una. magnífica oportunidad, cuando al ser descubierta la bomba, los jefes se dirigieron a buscarle a usted. Sus reacciones emocionales, me advirtieron el momento en que debí aparecer con mi dramática representación.

—Entonces, he sido actor de una vasta farsa bien organizada —comentó Kain—, Sigo estando todavía confuso. ¿El material que usted depositó en las profundas regiones de mi memoria, no era, pues, la fórmula de disparo de la bomba?

Karla sacudió levemente la cabeza.

—Usted es, en efecto, una parte del engranaje de una gran operación. Usted y yo, ahora precisamente, nos hemos convertido en las dos personas más cotizadas del Nuevo Imperio de Escario; por lo que usted tiene de conocimientos secretos técnicos, encerrados en su cerebro. Pero no podemos continuar hablando aquí indefinidamente, tenemos cosas más importantes que hacer con este novio estelar.

Por la primera vez, desde los confusos acontecimientos ocurridos en los últimos minutos, Darrel Kain se dio cuenta de que él y Karla se hallaban solos en realidad, en aquel potente navío interestelar, volando en la dimensión curva. Le resultó incómodo hallarse envuelto en algo de extrema importancia, sin tener otra idea que la de saberse simplemente un mutante de la Liga, dedicado a su servicio abnegado en favor de la causa,

Karla Morton, hizo un gesto decidido en dirección a la parte superior del navío.

—Vamos. Nuestro sitio está en la cabina de control de la nave —dijo en ademán imperativo, de urgencia, mientras se dirigía en tal sentido. Se arrancó la brillante condecoración de Escario de la túnica y la tiró por encima del hombro.

El enjambre de estrellas adornado de joyas, de la placa cayó al suelo rebotando en el piso metálico de la cubierta, del navío y en ambos, hizo surgir la idea simbólica de que el imperio estelar de Escario, saltaba en pedazos.